miércoles, 11 de marzo de 2009

ACTA de la 6ª SESIÓN / 'El vestido rojo', de Robert Alexis


CLUB DE LECTURA GINER
SEXTA SESIÓN

'El vestido rojo',
de Robert Alexis

El consuelo eucarístico que nos asistió esta vez (rosquillas de monjas y vino de Oporto, antes de llegar cocos y moscatel) vino a compensar tanta disipación moral acumulada como habíamos leído en El vestido rojo. Faltaban Manolo, Albina y Bernardino –Yolanda llegó a asomar la nariz brevemente- pero de distintas maneras habían hecho saber ese crujido de decepción de la nueva lectura, que hasta en opinión de algunos hizo buena a la anterior… Las dos últimas sesiones no han sido afortunadas. Pero también es cosa del oficio lector resistir estos envites. “Habrá que pensar con más calma cada propuesta”, había dicho Carmen. “Y sobre todo, nada de dar oídos a impresiones ajenas”, se apostilló. Así se hará.
Con nuevas incorporaciones (bienvenidos/-as: Mª José, Eduardo, Carlos, Isabel), el repaso obligado (se había pedido llevar cualquier distintivo rojo, por leve que fuese, y allí hubo de todo: desde lazos de solidaridad hasta bolígrafos, pañuelos y cordones de zapatos), y bajo la protección de Mauricio, el esqueleto totémico del instituto, vestido de rojo para la ocasión, empezó la sesión.

El libro no gustó en general. Félix se encargó de abrir fuego: su primera lectura, mal: una segunda que emprendió, por si había sustancia imprevista, peor. Nemesio se subió a ese carro de la decepción: “Necesité cuatro sentadas para digerirlo, y fijaos qué delgado es”. Graciela empleó una palabra curiosa: “Es cursi, como la propia palabra “irrefragable”, que allí sale. Carlos Matilla traía un discurso más articulado (ah, la condición del prejubilado con tiempo a su merced… cada vez da más envidia): “Demasiado ambicioso, no es que sea aburrido sino algo peor: ejercicio frustrado lleno de superficialidades; y ese titular de ‘Novela Filosófica’ con que se anuncia… Nada de nada. En todo caso, novela mal mezclada entre lo romántico y lo gótico”. Para Ana, en fin, es un catálogo de especulaciones, de demasiadas especulaciones. Tampoco Raúl comprendió bien ese presunto alcance filosófico. “¿Será por el protagonista, Hermann, que puede acabar por ser libre rompiendo las convenciones?”.

Eduardo se estrena resumiendo que muy frecuentemente los filósofos acaban por hace mala literatura. Y esta pretendida fábula intelectual es el caso…, aunque se adhiere a la tradición libertina de cierto malditismo narrativo; pero no llega a apoderarse de la atención lectora. Es demasiado dispersa, demasiado cerebral. Lourdes remacha: “Hermann es el primero que se hace poco creíble”. Y un coro general se acopla a este parecer. Antonio lo resuelve con gracia castiza: “En esta época en que hasta a los guardias civiles les ponen piso aunque se trate de un matrimonio homo-…, esto no escandaliza a nadie, si es que esa era la pretensión del autor”. ¿Sería la pretensión? Atemos esa mosca por el rabo.

Mª Jesús y Emma entran a tratar de la dispersión excesiva de sucesos, como si apretar la novela de referencias heterogéneas y hasta desconectadas fuese darle más interés. “Procede por acumulación, dice Emma, y eso acaba no funcionando. Lo profundo hecho disperso ya se pierde” (caray, Emma, eso sí que es filosofar con puntería y sensatez, ¿no?) Carlos Matilla insiste: “Parecen mimbres para una obra mayor”. Y Tomás: “Es que no hay anclajes; todo queda en un estado intermedio que no acaba de fraguar, como decían Emma y Mª Jesús”
Se pasó entonces a considerar el final. Demasiado apresurado (Antonio), otro fraude (Isabel). Incoherente (Carlos), dado que al final se habla de la gloria que Hermann consigue en la batalla, sí, pero al principio el propio Hermann se había presentado con andrajos… ¿qué se nos ha hurtado, entonces?. Esta consideración de Carlos hizo pensar incluso en cierta predisposición cinematográfica, donde la elipsis tiene más cabida natural.
Cholo, de espíritu analítico, se remonta a algo más general: la dificultad de escribir, en inversión proporcional a la extensión del texto. A más brevedad de éste, más presión, más dificultad. No se había fijado. Claro.

Lourdes y Carlos retoman asuntos particulares del libro: El estilo (tan indefinido como todo lo demás: ni desarrollado con suficiencia ni impresionista, sugerido. Mal).
Carlos entra con talante constructivo a hablar de los personajes. “El mejor, el general y, tal vez, el perfil del cura” Loli le corta la retirada (a Carlos, no al general): “El cura?, pero si el cura también estaba en el lío….” Era una manera de entrar en el combo para decir, la propia Loli, que un personaje como Hermann, aunque era extremo, estaba poco dibujado.
Es entonces cuando Antonio pide leer un fragmento que termina así por cuenta del narrador: “la metáfora era cautivadora”. “Eso es trampa, dice Antonio, no solo falla la novela porque aburre sino que encima se echa flores”. Ana e Isabel, en dúo improvisado, matizan: “No, no, no aburre porque acaba por entretener, quizás animados por lo breve que es. Pero nada más.”.

Graciela, Chus, Gloria entran en labores policiales, habituales ya de este Club (dan ganas de abrir sección aparte en el acta ya para siempre): “¿Os disteis cuenta en algún momento previo de que Hermann era gay?” Félix quiere ganar galones y lee la página 9. Algunos otros se suman a esa intuición y aducen pruebas lectoras: el episodio con el soldado, el parecido de Rosetta con el chico, a juicio del narrador. Loli da una vuelta de tuerca: “Sí, sí, gay…, pero con Rosetta se lo pasó pipa”. Antonio lo explica ahondando en la personalidad del protagonista, que en el fondo se deja llevar, dada la ambigüedad que le concierne. Y esa es la palabra que por fin sale: Ambigüedad.

Mª José hace una síntesis de la intención de la novela: “La clave puede ser cuando Hermann dice que hay dos pasos: comprender y liberarse. El problema del personaje es que intenta liberarse sin comprender, aceptando todo tal cual se lo van dando. De ahí que él no alcance esa liberación. ¿Y no buscará la muerte? En un momento dado, se puede leer esto: ‘No conseguí que me mataran’.
Se vuelve atrás sobre la condición del protagonista, la ambigüedad, el discurso de Freud, a quien se menciona, la androginia… Loli plantea de nuevo el problema de la homosexualidad., la no aceptación social… Félix y Graciela matizan: “En realidad, Hermann pasa por todas las fases: hetero, homo, trans… El problema no es su condición, es no saber lo que él es. El no lo sabe y…”

Silencio

Más silencio.

Félix se anima: “El Oporto, buenísimo”

Para eso dio la lectura. Para nada más.
Y, de acuerdo con la directriz de Carmen, se pensó con más calma en la siguiente. Un autor español, se dijo; con más calado en el lenguaje, se volvió decir. Salieron nombres: Eduardo Mendoza, Belén Gopegui. Todo muy tímido, muy poco decidido. Tomás dice en voz alta que Ana se ha conmovido mucho con la última de Gonzalo Hidalgo Bayal: Campo de amapolas blancas. No se hable más. Y a por ella. Así acabó la sesión, más corta que otras veces pero no menos llena de frescura lectora, compañeros. O eso nos pareció…

PRÓXIMA SESIÓN

17 DE MARZO

Campo de amapolas blancas,
de Gonzalo Hidalgo
(Ed. Tusquets)

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